Lectura Capítulo 1 "Sho-shan y la dama oscura

Mariposa de alas rotas

Por: Judith Castañeda Suari* Ilustración: Lasaro**Lo vemos desde arriba, desde un cielo gris a causa del humo. Lejos. Somos lluvia, las cuerdas de un arpa. Allá, sobre el asfalto, un cuerpo derramado, con tres tiros y las últimas gotas de aliento. Unos brazos lo sostienen, confundidos entre hebras negras, larguísimas. Asistimos a la agonía de una mujer, al llanto de su esposo, quien sólo puede observar cómo se escapa la vida de su compañera, igual que una mariposa.
Y si de verdad fingimos ser lluvia y nos precipitamos sobre ella, podremos distinguir que su vientre herido es un capullo negro. Que dentro de él se resguardan dos niñas, como si de un escudo se tratara. Son sus hijas, de once y cuatro años. Violeta y Lu. Para ellas se ha levantado una casa donde conviven la tecnología del internet y la tradición de un biombo o un bonsái. Una burbuja anormal, leeríamos en la mente de los vecinos, de los padres de los compañeros de escuela, de las autoridades. Si tuviésemos ese poder. Pero sólo somos miradas pendientes de las páginas de un libro de tapas con tonos rosados.
En él, las frases parecen flores color melón que el viento acomoda para crear ambientes donde ojos enormes, redondos, reflejan rostros de ceños fruncidos, dedos que los traspasarían, si pudieran, para apuntalar una acusación. Los dueños de esos ojos son diferentes. Y eso significa peligro para quienes los rodean.
Entre pétalos que aún flotan cerca del tallo, asistimos al encierro de la niña de cuatro años, Cho, Lu, encierro provocado por su propio cuerpo, bajo la apariencia del Síndrome de Asperger –trastorno de la conducta que combina fases de autismo con hiperactividad–. Fuera de su celda transparente, se le acusa de matar a Toto, amigo suyo en el jardín de niños. Es la “asesina más joven de la historia”. Lo dicen los maestros del centro escolar, los padres de familia, los medios de comunicación, a través de entrevistas de tono amarillo y carreras con micrófonos a modo de espadas.
A partir de la muerte del niño, un encierro sólido se yergue alrededor del transparente consecuencia del síndrome: arresto domiciliario, salidas únicamente a terapia y bajo estricta vigilancia policial. El cerco se hace cada vez más pequeño: los padres de Toto culpan no a su compañera de juegos, sino a su madre, a sus costumbres raras, “extranjeras”, y llegan al punto de querer tomar una vida por otra.
El libro guarda, además, una atmósfera híbrida, en la que la piel se convierte en trazos y el organismo dota al cuerpo con destrezas ajenas a las de un ser humano. Su autora, la sonorense Eve Gil, ha logrado amalgamar mundos distintos en ocasiones anteriores, tomando la realidad que nos entregan cámaras y pantallas, por ejemplo, y llevándola a extremos tan lejanos como posibles: un país en el que la gente interactúa con estrellas de cine y televisión, y tiene la fantasía del buen trabajo y la buena alimentación gracias a un chip instalado en el cerebro (Virtus, editorial Jus, 2008).
En Sho–shan y la Dama Oscura (editorial Suma de Letras, 2009), Eve Gil enlaza el mundo real –donde, gracias al acoso mediático, al doctor Luis Monsalve, padre de Lu, sus pacientes le piden autógrafos “como si fuera Johnny Depp”–, con uno sacado del anime y del manga japonés. Como si atravesaran biombos de papel, Violeta, hermana mayor de Lu, la propia Lu, y su madre, Dagmar Obscura, se mueven en dos realidades paralelas, entrelazadas. Dagmar es producto de la pluma de Jinzaburo Kunikida, un famoso realizador de mangas y animes, profesión que ejercerá Violeta diez años después, quien recurrirá a su diario para crear Sho–shan Z.
Eso será luego, por ahora, como nosotros, observa a la mariposa de alas rotas que es Dagmar. El gris del cielo añade lágrimas a la madrugada. Y las lágrimas, que no terminan de caer, se toman de la mano para volverse cuerdas: las cuerdas de un arpa enorme que las manos del aire tocan para despedir de este mundo a Dagmar Obscura, autora de cuentos infantiles, quien no recuerda nada previo al nacimiento de su hija mayor y festeja su cumpleaños junto a ella. La música arrancada a las cuerdas es un réquiem, se podría decir que es el mismo que escuchamos cuando muere un caballero de Athena. El mismo réquiem. El mismo adiós.
*Joven escritora mexicana, radicada en Puebla, ganadora de diversos certámenes de relato, entre ellos los nacionales Alejandro Meneses y María Luisa Puga, este último convocado por la UACM. Autora de tres libros de relatos.
**Lasaro, jovencísima mangaka sueca

Tomado del blog Para no olvidar

Entre Tezuka y Gacía Márquez

Este ensayo de mi autoría no lo he ofrecido a revista literaria alguna porque de antemano sé que será rechazado en todas. Por fortuna cuento con este espacio propio donde establecer mi muy personal teoría sobre lo que he dado en denominar "realismo mángiko"

Generalmente son los críticos literarios quienes etiquetan, inauguran, encasillan y estigmatizan -a veces- las obras literarias, aglutinándolas por categorías muchas veces arbitrarias que ocasionalmente son aprovechadas por los mismos autores –e imitadores, que nunca faltan- para darse a notar. Pocos casos existen de autores que se adelantan, abanderándose ellos mismos para no dar pie a lecturas equívocas, como sería –por mencionar un caso muy próximo a nosotros- el caso de la literatura Crack. A Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Eloy Urroz, Pedro Ángel Palou y Ricardo Chávez Castañeda no les perdonan, a la fecha, habérseles adelantado a los académicos y a los críticos en forma flagrante.
En mi caso particular, circunscribir, desde la dedicatoria misma, a Sho-shan y la dama oscura a un “género inaugural”, en este caso, el “realismo mángiko”, empezó como una broma que fui tomándome en serio conforme entendí que mi novela no encajaba en ninguno de los géneros que potencialmente pudieran acogerla. Para empezar, no se trata precisamente de una novela para niños, como no lo son la mayoría de los animes que los niños suelen idolatrar, y el apelativo “literatura juvenil” tiende a producir fruncimientos de nariz y levantamiento de cejas, pues nunca se sabe exactamente qué rango de edad –cronológica o emocional- abarca dicho slogan. ¿Ciencia ficción? ¿Fantasía?, ¿Thriller? De las tres, la que más se aproxima, aunque parezca chiste, es a la última. Mi editorial, sin embargo, optó por catalogarla como “novela de aventuras”, género íntimamente ligado a lo juvenil, si tomamos en cuenta que la mayoría nos iniciamos en los libros con ese género.
El mundo del manga/ anime no está escindido en lo absoluto de la literatura pues muchos de ellos están inspirados en novelas o relatos que lo mismo pueden ser obras muy serias, que literatura ligera, y no pocas veces transformarse en obras maestras al toque mágico de un mangaka. Un ejemplo reciente de ello es la extraordinaria novela de Kyochi Katayama, Un grito de amor desde el centro del mundo, que actualmente circula a manera de cómic-manga en México, con su reglamentario slogan impuesto por Gobernación de “Lectura para mayores de 18 años”, que exhibe su condenado prejuicio y supina ignorancia respecto a este arte popular japonés. No tengo noticia de una novela occidental inspirada no en un anime, sino en la dinámica, ritmo y esencia de estos. No de manera deliberada al menos. Que se lea como si se tratara de uno, trastocando las palabras en imágenes. Finalmente, la literatura no es, como la concibieran los naturalistas, imitación o recreación de la realidad, una ciencia, sino una realidad alternativa, y el anime/ manga ha originado toda una estética perceptible, en primer lugar, en la literatura japonesa contemporánea (Tsutsui, Tanizaki, Murakami, Yoshimoto); en segundo, en las modas y hasta en los cortes de pelo, tanto de asiáticos como de occidentales. Las pasarelas europeas evocan cada vez más a Sailor moon y a Sakura, por ejemplo. Antes se decía que los japoneses se estaban “occidentalizando”. Ahora son los chinos quienes pasan por ese proceso –doloroso- debido a cuestiones de orden económico, mientras que Occidente se “japoniza” cada vez más.
Los japoneses han conquistado el mundo, emotivamente hablando, particularmente el de niños y jóvenes. Echando un vistazo a facebook, notarán cómo los más jóvenes –de entre 14 y 25 años- usurpan sus nombres reales con los de sus personajes favoritos de anime. Abundan las Sakuras (el nombre de mayor rating), las Misas, las Hinatas, las Doremis… los Takeshis, los Narutos, los Sasukes. Algunos, incluso, escriben sus verdaderos nombres con caracteres japoneses. Entre los amigos facebookianos de mi hija mayor, descubrí algo en verdad enternecedor: niñitas con la cabeza cubierta, supongo que musulmanas, empleando nombres de heroínas de animes. Su religión les prohíbe emplear imágenes –íconos- pero al parecer no dice nada sobre jugar a llamarse como una heroína romántica de otra cultura.
Naturalmente, aunque varias de estas series se ambientan en naciones extranjeras que los creadores parecen conocer muy bien –lejos quedó la época de los cartones gringos de Hanna Barbera que recurrían a los más burdos estereotipos del mexicano y el chinito-, están habladas en japonés, con personajes que piensan y se mueven como japoneses, incluso, visten y peinan como tales y emplean sus técnicas de pelea, lo que crea la impresión de un mundo neutro en el que todo cabe. Desde sus inicios, los animes –que no los manga- se caracterizaron por sus personajes de rasgos occidentales que percibiríamos como una fascinación estética. En todo caso, sin embargo, se trata asimismo de una fascinación cultural y la simbología religiosa propia del catolicismo, el protestantismo y el judaísmo –que son expuestas como antagónicas- son cada vez más socorridos, como en Evangelion, Trinity blood y Hellsing.
Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que estamos ante un arte mucho más antiguo de lo que se cree, que no tuvo su origen en la televisión de los años setenta (los primeros animes llegaron a México con veinte años de atraso), ni siquiera en la imprenta, sino en una manifestación de arte popular japonés llamada Ukiyo-e que tuvo su auge en el siglo XVII. Esta manifestación más próxima al llamado hentai (“pornografía” manga, si bien el término resulta equívoco) narraba historias llenas de humor y erotismo que contribuían a paliar las penalidades del pueblo oprimido por un régimen feudal. El primero en emplear el término “manga”, fue Hokusai Katsushika (1760-1849) y significa algo así como “dibujos involuntarios”. Según los estudiosos, tuvo mucho que ver el contacto de este artista con el mundo occidental que llegó a fascinarlo. Fue sin embargo hasta los años 20 del siglo XX que surgió la primera historieta de distribución masiva titulada Ogo Bat, cuyo protagonista era un semi dios que combatía las fuerzas maléficas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, fue inevitable que los mangas asimilaran la atmósfera bélica, aunque una vez derrotados los japoneses y forzados a pactar con el enemigo tras el espanto de Hiroshima –que habría de impactar asimismo al arte manga, hasta la fecha-, los estadounidenses impusieron una serie de restricciones para que la producción cultural japonesa encontrara nicho en Occidente. Para empezar, no se podía hacer referencia alguna al Japón feudal, ni a los aspectos más regionalistas y/o folkloristas de su modus vivendi. Esa pudo ser la razón por la que Ozamu Tezuka, creador de Astroboy y La princesa caballero, y mejor conocido como “el dios del Manga”, trastocó el rasgo más distintivo de la fisonomía de los nipones y les implantó los hoy emblemáticos ojos enormes y redondos. No descarto, por supuesto, que estas fisonomías tan singulares (cuerpos esbeltísimos y alargados; piernas kilométricas, narices casi invisibles) obedezcan a algún capricho estético, o cierto complejo de inferioridad con respecto a los occidentales, cuyos estereotipos de belleza rigen –o regían hasta hace muy poco- el canon universal. Reproduzco lo que dice este personaje de Natsume Soseki en la novela Sanshiro:

-Nosotros los japoneses construimos una triste visión a su lado –dijo el hombre-. Podremos ganar a los rusos y llegar a ser una gran potencia, pero eso no cambia nada. Seguimos teniendo las mismas caras, los mismos enclenques cuerpecillos. Solo hay que mirar a las casas donde vivimos y los jardines que construimos a su alrededor: son exactamente lo que se esperaría de caras como estas… Oh sí (…) No ha visto nunca el monte Fuji. Pasaremos junto a él dentro de poco. Es lo mejor que tiene Japón, lo único de lo que podemos presumir, de hecho. El problema es, claro, que se trata de un monumento natural. Ha estado plantado ahí siempre. Está claro que nosotros no lo construimos.

Cuando inicié la aventura de escribir Sho-shan y la dama oscura – y cuando digo aventura lo digo literal y no metafóricamente- no me proponía otra cosa que escribir un thriller juvenil. La empecé, de hecho, por encargo: una editorial española me contactó para solicitarme “una novela de terror para jóvenes”. Justo en ese momento incubaba una historia de cuyo desarrollo solo me quedaba claro un detalle: imitar la dinámica de los animes. Partía de un asunto familiar que me tocaba de forma profunda y sobre la que necesitaba escribir algo más que apuntes en un Diario. El tema de la marginación de niños con “capacidades diferentes” –Síndrome de Asperger, en el caso de la heroína de mi novela- solo tiene dos caminos claros: un libro testimonial de autoayuda o una novela lacrimógena con “mensaje”, y ambas alternativas me resultan odiosas. Pensé, por supuesto, en el Premio Nóbel de Literatura Japonés, Kenzaburo Oé, que engendró un hijo con retraso mental, por lo que no es casual que en muchas de sus novelas aparezca un personaje de esas características. El nacimiento de este hijo “especial” en 1963, señalan los críticos, coinciden con la escritura de sus más grandes obras maestras Un asunto personal y El grito silencioso, entre otras. Él supo darle a esta temática un vuelco admirable, entre fantástico, patético y terrorífico, sin renunciar del todo a la ternura y a la compasión.

Volviendo a lo del encargo: “una novela de terror para jóvenes” debía poseer ingredientes muy particulares, y se me ocurrió involucrar a mi hija mayor, que es lo que llaman “otaku” (aficionada religiosa al manga y al anime), quien en cierto modo, por su vocación artística, pertenece, como su hermana, al mundo de los raros. Fue ella quien me hizo ver que las “capacidades diferentes” de su hermanita, trasladadas a un manga, podrían convertirse literalmente en “súper poderes”. La novela la terminé con gran satisfacción, en el tiempo estipulado, pero terminé retirándola pues los editores exigían recortar lo del asunto del Asperger para que cupieran “los monitos” (que no saldrían por cierto del lápiz de mi hija, como sí ocurrió en la edición definitiva).

Mi contacto con los mangas y los animes no era nuevo puesto que había compartido la precoz afición de mi hija mayor cuyas primeras palabras no fueron “mamá” y “papá” sino “Goku” “Gohan” y “Bulma”. Tales series, máxime las más recientes, tienen elementos de una violencia extrema que, considero, nada son comparado con el horror cotidiano que vivimos los mexicanos, que a diario escuchamos un recuento de decapitados en los noticiarios. Las “caricaturas japonesas” son, sin embargo, el demonio a vencer para beatos, fanáticos religiosos y nacionalistas de petate, que viven en un mundo todavía más ignoto e irreal que el de mi hija y los muchachos de su generación. Caso emblemático del racismo de los medios, producto acaso de la ignorancia más que del rechazo hacia el “otro”, son los comentarios sarcásticos a raíz de las declaraciones de la nueva primera dama de Japón, Miyuki Hatoyama, que habló de sus sueños de viajar a Venus y de vidas paralelas a esta con la naturalidad con que lo haría cualquier nipón… y esto lo sabrían los criticones si alguna vez hubieran leído a Murakami, a Yoshimoto o a Kenzaburo Oé. El escritor Juan Villoro salió en su defensa- el único, hasta donde sé- y su extraordinaria disertación alude directamente al tema que me ocupa, que más que el de los mangas y los animes, es “la Otredad”:

El socialdemócrata Hatoyama tiene una conducta poco ortodoxa para los cánones del país del crisantemo. En ocasiones usa traje verde. Como los demás políticos se visten de azul o gris, el nuevo dignatario parece hecho de kriptonita. Tampoco le gusta peinarse y a veces llega con la cabeza al estilo tifón. Los japoneses han votado por el cambio. Tendrán un primer ministro de aspecto heterodoxo y mayor compromiso social. Por desgracia, en otras latitudes su esposa ha sido vista como una chiflada (…) Las declaraciones de Miyuki no son muy distintas a las que podría hacer una primera dama de España o América Latina que hubiera presenciado una aparición de la Virgen. Cada entorno tiene símbolos que producen ilusiones. ¿Juzgaríamos vergonzoso que una mujer educada en la fe cristiana viera de pronto a la madre de Jesús? Japón tiene un rico trato con los espectros. En 1185 el poeta Fujiwara no Teika escribió "Cinco poemas sobre cosas inciertas". Uno de ellos se refiere a los fantasmas. Ahí afirma que los aparecidos tienen más realidad que los sueños: "Así es el mundo: qué inasible y efímero lo que oímos y vemos". El gusto por lo que no se ve dio lugar a la obra maestra de Junichiro Tanizaki, Elogio de la sombra. El arte de Japón depende del simulacro, el reflejo, el enigma, la garza oculta tras la nube (…) En Japón no es posible oír la llegada de los fantasmas porque ya están ahí. Miyuki proviene de un entorno donde hablar de apariciones no causa mayor alarma. La extraordinaria cultura pop japonesa ha educado a varias generaciones para que crean en alienígenas y abducciones. A través del manga, el animé, los juegos de PlayStation y las series de televisión, la isla de la ultratecnología ha creado al gato cósmico Doraemon, el robot que salva al mundo luego de una hecatombe nuclear (Astroboy), la travesía interplanetaria en la que el protagonista busca cambiar de cuerpo (Galaxy Express 999), la enciclopedia de las mascotas mutantes (Pokémon), la chica superpoderosa y sideral (Señorita Cometa) (…) Sobreexpuesta a los estímulos de las pantallas y las fantasías del manga, la mente japonesa ha sido estudiada por expertos de Mitsubishi con el siguiente resultado: los aficionados a los cómics y los dibujos animados son espléndidos diseñadores de tecnología (…) En el arte japonés la realidad adquiere fantasmagoría. La película Rashomon, de Akira Kurosawa, se basa en dos cuentos de Ryunosuke Akutagawa en los que un mismo suceso se cuenta de distintos modos hasta convertirse en una ilusión. Incluso un escritor occidentalizado como Murakami es fiel a la tradición de las apariciones (…) ¡Viva Japón! ¡Vivan los mundos paralelos! ¡Viva la Señorita Cometa!


Este genial comentario de Villoro me facilita expresar lo que sería, pues, el “realismo mángiko”. Mientras que el “realismo mágico” o lo “real maravilloso” es, a decir de Alejo Carpentier, “un reflejo o interpretación de los varios elementos políticos, sociales, históricos y racionales que constituyen la realidad latinoamericana”, el “realismo mángiko” tiene mucho más que ver con una fusión universal de mitos y es una expresión más generacional que continental. El “realismo mángiko” no aglutina los códigos interpretativos de la realidad latinoamericana, sino que confronta estos con los de otro mundo que nos asusta tanto como nos fascina: la cultura japonesa. El tema central, pues, son las divergencias interculturales y la alegoría de las mismas a través el planteamiento de otro tipo de diferencias. La intención no es ya describir una realidad nacional o continental, sino globalizada –más que universal- e, insisto, generacional. Y presiento que nada seduce más a los jóvenes del mundo entero que los mangas y los animes, cuyas referencias son casi del dominio público… aunque, lamentablemente, tan mal entendidas para una inmensa mayoría de adultos prejuiciados que sufren amnesia respecto a su infancia y adolescencia.

Se habla demasiado de “preservar la inocencia de nuestros niños”-confundiendo “inocencia” con “ignorancia”- y para que eso sea posible, programan Evangelion a las 12:00 am, en un canal cultural, pues ante semejante restricción los niños buenos, que a esa hora tendrían que estar dormidos, no se corromperán con la desnudez de Rai, hermosa, plástica e inocente imagen. Nos horroriza la posibilidad de que vean Hellsing y en cambio los dejamos empacharse con las Lolitas semidesnudas de RBD y otras telenovelas “juveniles” donde las adolescentes aprenden a ser seductoras mientras preservan el himen. Íntegra Hellsing y Victoria Seras me parecen mejores modelos de mujer para mis hijas que Anahí, Belinda & Cía. Gohan y Naruto se acercan más al hombre ideal que Luis Miguel, Jorge Salinas, Cuauhtémoc Blanco y otros machos por el estilo. Adoro que aprendan a distinguir a un sacerdote fanatizado e hipócrita y se sientan más identificadas con el vampiro que le da su merecido y no tiene empacho en aceptar como jefa a una mujer brillante, además de facilitarle la emancipación a su única subordinada.
En el fondo, sin embargo, lo que yo llamo “realismo mángiko” persigue la misma finalidad del “realismo mágico”, si atendemos a lo dicho por el propio Gabriel García Márquez, pues a fin de cuentas, como bien dice Junichiro Tanizaki, la diferencia entre los fantasmas japoneses y los occidentales es que estos sí tienen pies: “Yo creo que particularmente en Cien años de soledad, soy un escritor realista, porque creo que en América Latina todo es posible, todo es real. Es un problema técnico en la medida en que el escritor tiene dificultad para transcribir los acontecimientos que son reales en América Latina porque en un libro no se creerían (…) Vivimos rodeados de cosas extraordinarias y fantásticas.”