Lectura Capítulo 1 "Sho-shan y la dama oscura

Peripecias de Girlycard rumbo a Culiacán


En vista de que acepté la encomienda de Sir Integra de asistir a Culiacán en su nombre –quien a su vez suele presentarla en nombre de Eve Gil, autora de Sho-shan y la dama oscura- a presentar la novela que tan dignamente nos representa a los personajes de manga y anime, me esmeré en mi arreglo personal para presentarme con puntualidad inglesa en el aeropuerto (aunque a estas alturas del partido ya no sé de dónde diablos vengo, si de Transilvania, de Varsovia o de Londres… bah, no importa mucho en realidad)
Pues bueno, me puse mis mejores galas –las únicas que conocen, jejejeje- excepto mi gorrito que podría maltratarse en el camino, así que lo doblé –y besé- cuidadosamente en el primoroso baúl que me prestó Sir Integra. Me cercioré, tal y como mi Master me indicó, de cubrirme los ojos con unas gafa insondablemente negras –para que nadie se percate de la endemoniada tonalidad de mis pupilas- y recogerme la cabellera en un moñete porque, me dijo, “te vas a morir de calor, Girly”. El taxista que pasó a recogerme a casa de Mrs Gil, que me enseñó un poquito de caligrafía –para firmar ejemplares con su misma letra- tuvo la buena educación de disimular su pasmo al toparse con una señorita vestida de varón, de blanco enfermero, con corbata, guantes con signos extrañísimos, y unas gafas de narco que para qué les cuento (después entendí por qué Sir Integra hizo especial hincapié en que usara precisamente esas gafas), pero realizamos el trayecto hasta el aeropuerto en perfecto silencio, cosa que agradecí porque, como saben quienes me conocen, soy de pocas palabras (a menos que, como se verá a continuación, me provoquen a hablar)
Llegué al aeropuerto arrastrando el baulito donde acarreaba mi gorrito peludo, un relicario familiar de varias décadas que es mi amuleto de buenas suertes (y donde incluyo una foto de Walter cuando era joven, ahhhhh), mi hielera con dotación de sangre para dos días –aunque dicha hielera indica el nombre de famosa marca de jugos de tomate que no puedo mencionar, dicen, porque nos cobran el comercial- y unos regalitos para la parentela de Miss Ellen, una querida amiga de Mrs Gil. Ingresé en el recinto, muy mona –porque como Alucard habría empujado las puertas con mi hombro y avanzado renqueante y matón hasta los mostradores… pero las mujeres, ya se sabe, son más lentas y traemos un bulto denominado caderas que nos impiden, malditas, semejante libertad de movimiento- y me formé en una fila de la aerolínea que me indicaron, donde se encontraban cuatro mozalbetes (dos niñas y dos niños) cotorreándola con la señorita encargada. A un lado de este mostrador había otro con dos empleadas desocupadas donde, pensé, podrían atenderme –porque los otros ya hasta pasitos de hiphop le enseñaban a la alelada encargada- pero apenas me acerqué a preguntar si podían entregarme mis boletos y documentar mi equipaje, una de las dos señoritas, terriblemente mal encarada y fea –he ahí el motivo de tanta amargura, supuse- me miró como si yo fuera el mismísimo demonio (hasta ganas me dieron de decirle: tibia, tibia), y exclamó con la voz que tendría el Capitán Hans si el infeliz hablara: ¡Fórmese del lado izquierdo, detrás de la línea! Bueno, la verdad es que no me gusta que se dirijan a mí en ese tonito, vamos, ni cuando tuve de disfrazarme de sirvienta para colarme a la residencia Hellsing. La única que tiene derecho a darme órdenes es Sir Integra –pero ella es taaaan bonita, ejem, perdón, me estoy saliendo del tema-, después de todo, caray, yo salvé al mundo de la amenaza de Millenium en 1944, sin contar que soy Conde… bueno, pero se supone que Sir Integra me pidió adquirir mi forma femenina porque es mucho más simpática que la masculina y como mujer tiendo a ser un poco menos sarcástica y temperamental –solo un poquito- así que hice caso y me coloqué detrás de los niños con pinche acento fresa, como diría la encantadora hijita de Mrs. Gil, Murasaki Fujita. Cuando vieron a aquel extraño personaje totalmente ataviado de blanco, con la melena recogida en una melena y gafas insondablemente negras, mozalbetes y mozalbetas se arrinconaron como si hubieran visto al mismísimo demonio –segunda vez en apenas un minuto, ¡un minuto!- y eso sacó de mí el lado que no debo mostrar, y puse la peor cara de matón de mi repertorio… la mismita de cuando a Alucard le da por empalar a sus enemigos… hasta ganas me dieron de transfigurarme ahí mismo en perro y gruñirles hasta sacar espuma por el hocico, y que vieran de veras algo aterrador, no una simple niña con corbata y gafas negras. Luego, luego reconozco, ¡huelo! (¡y qué mal huelen los desgraciados!) a los que no pertenecen a nuestra querida raza de niños otakus… estos babosos tenían de otakus lo que yo tengo de Virgen María, vamos. Los muy imbéciles creyeron que yo era una narca lesbiana (como ustedes saben, tengo el poder de leer las mentes, sobre todo si están ocupadas al tope con letras de RBD).
Cuando estuve a punto de hacer como que me disponía a desfundar una metralleta, la cual, por cierto, no llevaba –tan desnuda que me siento sin mi chiquita, pero Sir Integra me dijo que ya bastante riesgo corríamos con lo de la hielera de juguitos- la compañera de la mujer mal encarada, aquella que hablaba como el Capitán Hans si el bastardo pudiera hablar, se apresuró a decirme: Señorita, pase por acá, por favor, a lo que yo, pocas pulgas, literalmente ladré: ¿Qué no me acaba de mandar a hacer fila detrás de estos imberbes? (los aludidos creyeron que les había dicho una grosería pero ni se atrevieron a mirarme feo porque ya veían en mi toda la intención de extraer la metralleta y hacerlos picadillo), a lo que la señorita que acompañaba a la fea con voz de nazi cervecero, respondió con la más dulce sonrisa de su repertorio, sí, pero yo la puedo atender con mucho gusto. ¡Oiga, no estoy para perder el tiempo!, exclamé, ya muy divertida con las reacciones que había despertado, porque hasta los polis que “cuidan” la entrada se habían replegado contra la pared y se encomendaban al Señor, ¡Desde un principio pudo haberme atendido y me manda para acá, a olerles los pedos a estos…!, Usted disculpe, agregó la señorita amable, inclinándose al estilo japonés (¡eso me gustó, me gustó!), por favor, pase por acá señorita…
Las delicadas manos de la joven temblaban mientras revisaba mi identificación –me pasaron la credencial de elector de Mrs Gil y tuve menos problemas que Sir Integra para que creyeran que era yo, porque mi cabellera es negra y mi tez pálida, como la de la autora de Sho-shan- y siguieron temblándole mientras realizaba la operación para imprimir los boletos. Hasta lástima me dio la pobrecita, pero es que la otra no me inspiró a usar mis “polvos sexuales”, como denomina el Capitán Bernadotte a mis aptitudes hipnóticas. Luego, con su voz más dulce me explicó a qué hora debía estar en la puerta de salida y me preguntó, como no queriendo la cosa, si llevaba algún material “peligroso” en mi baulito del siglo XIX, a lo que respondí con la más encantadora de mis sonrisas: “Llevo un par de discos para la tía de Miss Ellen y una dotación de sangre fresca para no morirme de sed durante mi breve estancia”
Naturalmente creyó que bromeaba y hasta me celebró el chistecito, aunque la vieja fea con cara de nazi renegada no paraba de hablar con otro tipo acerca de los clientes imposibles y como ella los hacía desaparecer de un plomazo –“Pues…con esa cara, mi reina…”- Finalmente tuve mis boletos en la mano y deseos de un excelente viaje. Los mozalbetes seguían parados como postes y ojos desorbitados en el mostrador contiguo y me di el lujo de volverme hacia ellos con una dulce sonrisa y decirles, al tiempo que levantaba discretamente mis gafas negras: Que tengan buen viaje, niños antipáticos… deberían ver más anime y escuchar menos esa horrible música….
A mis espaldas escuché que una de las mensitas decía: Oye, ¿Qué los vampiros no brillan?

II
Todo parecía indicar que no sucedería nada más. Tal como se me indicó –atiendo órdenes al pie de la letra –traspasé la entrada a la sala de espera, tomé una de esas cajitas como las que usan en las tiendas de chinos, donde casi regalan las cosas y uno sale colmado de tonterías, y coloqué mi celular, las llaves de mi baulito y de mi ataúd y la cámara fotográfica. Extraje la notebook de su estuche, y me sometí mansamente cuando me despojaron de mi saco blanco. Todo esto me lo había advertido Sir Integra: así lo hacen en los aeropuertos de todo el mundo, y ella está habituada a pasar por esa rutina del saco y todo lo demás…pero el libreto se alteró de pronto cuando del otro lado de la rampa por donde deslizan los efectos personales de los pasajeros, me aguardaba un guarura, perdón, un policía con una sonrisa a amable a medias, y me dijo: Señorita, permítame revisar su bolso. Esto último no me lo había advertido Sir Integra porque se supone que el bolso pasa por la camarita de rayos X y no hay necesidad de otra revisión, pero recordé me dijo: “Si ocurre algo extraordinario, algo como, por ejemplo, que te quieran revisar más exhaustivamente de lo común, tú déjate hacer”, “¿Y si me tocan las tetas? ¿Puedo enfurecerme y morder al que lo haga?”, pregunté anticipando la delicia de momento, a lo que mi Master respondió: Mmmm, solamente en ese caso extremo. Pero eso todavía no sucedía: el poli revisó el contenido de mi bolsa de tal manera que casi sospeché que era un pervertido. Se solazó largamente con mis cosméticos para disimular la palidez. Casi grito cuando tomó mi Diario –sí, yo llevo un diario… y también trae una foto de Walter-y, como lo traigo asegurado con un moñito y el guardia se percató de que sería dificilísimo deshacer semejante nudo, empezó a meterle los dedotes. “Paciencia, Girly, paciencia”, me dije, al borde de la primera tarascada. Cuando estuve a punto de decirle al muy guarro que dejara de meter sus uñas sucias en las páginas de papel de arroz de mi querido diario, lo soltó por fin. El bolso me fue entregado de vuelta. No se lo arrebaté sino que lo acepté con un “gracias” entre dientes, pero… ¡Oh sorpresa! Un par de pasos más adelante me esperaba OTRO gendarme, quien me pidió ver mi bolso, a lo que empecé a sospechar que aquí ocurría una de tres cosas 1) Estaban interesados en mi Diario personal, 2) Tengo finta de narca lesbiana o 3) Los de Millenium se habían comido al personal de aduanas y esto era una trampa.
Empecé a vociferar, muy ofendida, con acento norteño (esa es otra de mis habilidades, fingir acentos extranjeros), si el simple hecho de ser sinaloense era ya un delito en este país, a lo que el joven gendarme intentó tranquilizarme diciéndome que nada de eso, que si verdad yo fuera sospechosa me pasarían con un señor –y lo señaló directamente y no tenía una finta muy amable que digamos. Imponía más respeto que Zorin- que realizaría una revisión “más exhaustiva”. A continuación me preguntó tres veces, tres, qué iba a hacer a Culiacán, a lo que me limité a responder: “Trabajo”. Y luego otra vez: ¿Qué va usted a hacer a Culiacán”, y de nuevo la respuesta: Trabajo. Y el menso no me preguntaba qué clase de trabajo: mala señal. Daba por sentado qué clase de trabajo debía ser. Deberá pasar con esta señorita para que le pase el censor por sus ropas, añadió. Ni modo. Me sometí al famoso censor que tiene forma de una de esas paletas con las que Papá Vlad me aporreaba en las nalgas cuando me portaba mal. La señorita policía me hizo que me parara en forma de crucificada para pasármelo por todos lados y yo me sentía verdaderamente estúpida… y más cuando, tras habérmelo pasado hasta por la cola, quién sabe por qué, eso no lo entendí, me dijo: “Repetiré la operación”, “Óigame, si quiere me desvisto para que no le quepa la menor duda”, sugerí, poco amable, pronta a desabotonarme la camisa. La susodicha poli no permitió que lo hiciera y volvió a pasarme la palita esa por todas partes, incluidos los codos y otra vez la cola. Cuando dijo que habría una tercera insistí: “En serio, me quito todo y le ahorro el trabajo” (¡Vaya sorpresa que se llevarían, jajajajajaja!), pero como intuyendo algo satánico en mí, me incitaron amablemente a que retirara las manos de mi corbata, la cual fue sometida también al censor –“Le juro que no le caben bombas ni metralleta”, dije mientras me la ensuciaban- y luego, otra vez, brazos, pecho, caderas, codos y cola (menos mal me mandaron a mí y no a Goku, pensé). Veinte minutos más tarde, a punto de perder mi vuelo, me soltaron, a lo mejor porque yo ya estaba arrojando espuma por la boca. El guardia joven se disculpó por algo que me resultaba inexplicable y le dije, digna y ofendida como una reina: “Muy bien, muy bien, me queda claro que los sinaloenses somos para ustedes delincuentes potenciales… ¡qué situación más humillante!”, él intentó hacerme ver que nada de eso, pero lo interrumpí diciendo, al borde del llanto: mi vuelo está a punto de salir, permítame abordarlo o producirá una catástrofe en mi existencia, buaaaaaa…”
Me dejaron ir por fin y cuando ingresé a la sala de espera, un trío de esperpentos cacarizos con esa inconfundible expresión de misóginos y homofóbicos, centró su atención en mí y empezaron a codearse entre ellos, riendo y hablando por lo bajo. Yo me senté muy derecha frente a ellos y los contemplé impasible mientras ellos murmuraban un montón de incoherencias –carezco de oído biónico, pero les recuerdo que puedo leer la mente, particularmente si están casi en blanco- a lo que respondí de una manera harto inesperada: me retiré muy despacio las gafas y con mis ojos endemoniados me les quedé viendo mientras les decía con la mente: “Como carne de perro… ¿alguno está dispuesta a ser mi almuerzo el día de hoy?” A continuación, el trío de primates guardó monacal silencio y parecieron ponerse de acuerdo tácitamente para fingir que no habían visto ni oído nada, al tiempo que se persignaban disimuladamente.
Dios Santo, viajar a Culiacán es más difícil y cansado de lo que Sir Integra me advirtió… de regreso procuraré disfrazarme de turista rumana y pondré cara de tonta perdida para que dejen de fastidiarme (aunque en teoría tendrían que ser estás las más sospechosas, y no las que parecemos más raras y, por consiguiente, llamamos más la atención).

Pero todo este lío...¡valió la pena!!!!!