Lectura Capítulo 1 "Sho-shan y la dama oscura

Carta/Reseña a propósito de "La mujer que buceó dentro del corazón del mundo", otra novela con una heroína aspie


Estimada Sabina Berman:

Me permito tutearte, no porque necesite hacerte descender a mi nivel de reportera como suele suceder entre los de mi gremio, no. Te tuteo como lectora ante un autor con quien se ha compartido una experiencia trascendente…sin importar me recuerdes apenas –si es que me recuerdas- como una de tantas periodistas que te ha entrevistado. Tuteo a Murakami, a Flaubert y a Shakespeare. Tuteo ahora a Sabina Berman.

Leer La mujer que buceó dentro del corazón del mundo (Planeta, 2011) ha sido trascendente, no solo en términos literarios, pues adelanto que se trata de una de las mejores novelas que he leído en mi vida….y, ¡mucho ojo!, estoy siendo políticamente incorrecta por no agregar “una de las mejores novelas mexicanas que he leído en mi vida”, lo cual implica que la estoy colocando en otro nivel: La mujer que buceó dentro del corazón del mundo nada tiene que pedirle a esas novelas de autores europeos o asiáticos que nos hacen babear de ansiedad porque el dinero no alcanza para acceder a ellos: a eso precisamente me refiero…y me disculpo por última vez si a algún lector esto le resulta exagerado u ofensivo…peor aún: un afán mío por “quedar bien” con una autora influyente que “sale en televisión”. Francamente me importa un berro lo que piensen….y es por contagio de tu protagonista, Karen Nieto, ante las opiniones de esos extraños seres que ella denomina “standard”.

Sabina, a partir de esta línea me referiré directamente a ti: como escritora y devoradora de libros que eres, me darás la razón respecto a que muchas veces nos encontramos en los personajes de los libros, sin importar en qué época hayan sido escritos. Recuerdo la primera vez que leí Ana Karenina y me topé con Levin, por ejemplo. Me dije: “en mi otra vida fui hombre, y fui ése que inspiró Tolstoi para crear a Levin”. Solo hay una circunstancia más fascinante que reconocerse uno mismo en un personaje: reconocer a tu propio hijo…y Karen es, sin lugar a dudas, mi hija.

Resulta fascinante que sin ser amigas, sin conocernos, excepto superficialmente, Lulú, mi hija, haya aterrizado en tu cabeza con la forma de Karen y su cabeza rapada. Naturalmente, existen diferencias entre tu Karen y mi Lulú, empezando porque Karen empieza a escribir su libro –es decir, tu novela- a los 42 años, y Lulú tiene solo 9 años, y solo escribe palabras que ella inventa y solo yo comprendo. Estoy convencida, sin embargo, de que Karen es una versión futurista de mi hija…de que la has soñado y reacomodado ese sueño según una muy personal interpretación. Lulú no vive en el mar…no es sobrina de una magnate de las atuneras, y es probable que nunca vea un atún vivo, pero –y he ahí otro detalle maravilloso- solo come atún. Quiero decir: se le tiene que forzar a comer carne, pollo y todos los nutrientes que requieren los niños para crecer…pero el atún lo devora con genuino placer, y sin necesidad de engañarla con verduritas y esas cosas.

Pero vayamos al grano, Sabina, porque finalmente no se trata solo de una carta, también de una reseña: la situación que planteas se sale por completo de lo standard –la palabra favorita de Karen, mejor dicho, la palabra con la que se construye un cerco con respecto para protegerse de la gente que, con respecto a ella, es en verdad autista- ; una mujer rica, hermosa y elegante, Isabelle, recibe como herencia una atunera en Mazatlán. El simple hecho de contemplar cómo las obreras desbrozan las entrañas de los atunes le produce un incontenible deseo de vomitar…y todavía no descubre que esa indeseable herencia incluye otra que finalmente la anclará a un negocio que no desea, ni entiende, ni aprueba: una niñita desgreñada que se le aparece de repente, sobre la que nadie le había hablado con anterioridad porque bien podría ser un fantasma: una niñita que no era de este mundo, una niñita autista que a tan corta edad ha padecido una serie de maltratos físicos por el simple hecho de no ser una niña “normal”(entrecomillo porque la convivencia con una niña “autista de alto rendimiento” a quienes hoy se les denomina “Asperger”, me ha enseñado que los anormales somos aquellos que no aceptamos a quienes son distintos a nosotros, y no por ello menos humanos).

Pese al brutal trato recibido por quien parece haber sido su madre –la hermana de Isabelle, propietaria anterior de la atunera- la pequeña Karen, que ni siquiera tuvo derecho a un nombre antes de ser descubierta por Isabelle (la nombraban “la cosa”, cosa que me erizó la piel: la gente tiende a ver a estos niños como animales y, sí, como “cosas” que hay que mantener sedadas para que no existan aunque respiren), e Isabelle, que hasta ese momento parece una señorita frívola, encuentra en la inesperada aparición de esa sobrina un reto apasionante. Algunas madres de niños autistas optamos por asumirlo como un reto y no como una desgracia. Algunas “mamás aspies” nos creamos auténticas corazas contra la compasión: no solo no la necesitamos. Tampoco la merecemos. Isabelle, sin ser madre biológica de Karen, la toma como parte del reto que representa sacar adelante un negocio que también es un galimatías para ella, y en una época en que el autismo era un misterio más insondable de lo que es hoy –lo cual es mucho decir- se las ingenió para hacer de Karen un ser autónomo, para lo cual empezó por enseñarle a hablar a una edad en que eso no representa problema en las personas “standard”. Sin intervención de psiquiatras, profesores o terapeutas que muchas veces entorpecen el desarrollo de estos niños más que contribuir al mismo, y gracias a métodos tan rústicos como ingeniosos (que pretendo copiar, Sabina, de una vez te lo digo: también yo voy a enchufar a Lulú y le voy a pegar papelitos de colores), Karen empieza a desenvolverse con cierta soltura en el mundo…pero sin pertenecer a él: a Dios gracias. Y por momentos esto pareciera más producto de la rebeldía que del, llamémosle, “desajuste” en la conexión interneuronal”. Porque Karen es absolutamente consciente de su diferencia y en vez de esforzarse por disimularla –es decir, dejar de ser ella misma- la defiende como un derecho personal. Los “autistas” son los otros, no ella. A ella no le importa que el profesor Huntington sea un hijo de puta, hasta que le roba su plano. Karen prefiere el dolor a la infelicidad, porque Karen se valora con su inteligencia emocional de niña de segundo de primaria y su genialidad muy por encima del promedio sobre asuntos muy específicos como la capacidad de memorizar datos, los números y el dibujo, actividad en la que es más que una simple artista. Y una de las cosas que Karen me ha enseñado, Sabina, es que prefiero que mi hija se sienta orgullosa de sí misma, antes que esforzarse por ser admitida por un mundo al que sencillamente no pertenece: ella es su propio mundo. Karen es ella misma, y eso hace de ella un ser privilegiado, jamás desgraciado. Se enamora de Ricardo y ni siquiera se percata de ello, por consiguiente no sufre: sabemos que lo ama porque no le interesa abrir un sobre que pudiera ser una bomba con la esperanza de que sea una de las hojas de menta que él suele compartir con ella. Karen ni siquiera se ocupa en buscar en el diccionario la palabra “amor”, bendita sea. Asiste a la Universidad, oportunidad de la que no gozan muchos “autistas de alto rendimiento” –Michael Phelps es una de esas maravillosas excepciones- y ahí descubre a Descartes con quien sostiene una lucha ideológica a muerte pues para ella resulta improcedente el famoso “Pienso, luego existo”, porque en su caso tuvo que existir para después pensar -¿será esa, me pregunto, la clave de la “rareza” de los autistas?-y como ser atípico que es, su estancia en la universidad le sirve no para fortalecer una supuesta vocación, sino para cuestionarla…y finalmente decidir que los atunes merecen más un paraíso que ser matados y comidos.

Después de leer La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, Sabina, aprendí una importante lección que no me han dejado los cientos de libros científicos que he leído sobre el síndrome de mi hija, ni los “especialistas” que la han atendido y nunca tienen nada absolutamente tranquilizador que decirme: que Lulú Martinez, como Karen Nieto, tiene derecho –más derecho, incluso, que los llamados “neurotípicos”, aunque siempre he dudado la existencia de semejante cosa: todos, a nuestra manera, somos raros, extravagantes, diferentes- a crearse un mundo propio y habitarlo sin deberle nada a nadie. Entre sus “capacidades diferentes”, Karen posee el don de contruírse un paraíso personal con sus propias manos y ser feliz porque le da la gana, y sin pedir permiso. Karen es feliz oculta en su traje de buzo, desde donde contempla el mundo en todas sus posibilidades, olores y sensaciones. Mi hija puede introducirse debajo de la mesa y empezar a hilvanar, hilo y aguja en mano, el imperio del que será reina y señora y en el cual solo tendrán cabida quienes sean capaces de comprender que nadie tiene la obligación de ser igual a los demás, y que no existen pruebas fehacientes de que hay que pensar antes de existir. Es probable que, como Karen, el ser humano adquiera su condición como tal con las sensaciones y no con las reflexiones.

Gracias por tan importante lección, Sabina…Un millón de gracias por hacerme llorar y luego inyectarme la fuerza que necesitaba para seguir adelante… y sobretodo: Gracias por entregarnos una novela donde, a decir de Jorge Volpi, alguien con mucha mayor autoridad que yo, que, como mi hija, no soy –o no quiero ser- “neurotípica” ni “standard”, has creado “uno de los personajes más originales, entrañables y luminosos de la literatura de nuestro tiempo.”